Madrid Central







En este fin de mes de noviembre, las cosas van saliendo lo suficientemente alteradas como para desear  poder dejar en blanco el cerebro, encerrarse en un silencio sanador y perderse todas las maravillas informativas que nos aguardan para alegrarnos la vida. Si los andaluces votan el domingo, después de una campaña electoral  en la que caballos y remodelaciones peliculeras unidos a mucha metedura de pata de unos candidatos mediocres que nada aclaran;  los catalanes deciden por obra y gracia de no sé qué milagro, que la calle lo que necesita es movimiento y no precisamente independentista, hay que reivindicar de todo porque de todo falta además de vergüenza en los políticos suyos y nuestros.


Para menos provincianismo tenemos a punto el G.20 en una Argentina que muere y mata por el dichoso futbol, ese veneno social que sirve a los gobernantes para que los pueblos no noten el crujir de tripas y de alma. Tenemos una península de Crimea a punto de reventar, una Italia que da  “patadas en el culo” en lugar de extender manos de auxilio…. y un Yemen.


Pero lo que realmente nos tiene a los madrileños perdiendo el sueño es el ultimo robo del  que nos han hecho objeto, ¡¡¡Nos han robado el corazón de la ciudad!!!


Los que no tengamos etiqueta verde o del color adecuado, los que no tengamos un familiar que nos ofrezca una de sus 20 invitaciones mensuales, los que no vivamos en la zona acotada por el Ayuntamiento con una muralla invisible pero efectiva, tenemos vigilado el  acceso a nuestro Madriz  del alma. Dicen que los servicios de transporte público serán suficientes y magníficos, eso dicen, pero  nosotros  teníamos una cosa que algunos no entienden, se llama libertad de movimiento, de desplazamientos por lo que es nuestra casa, nuestro mundo, ese que quieren reducir a un negocio turístico con exclusión de sus verdaderos dueños.


A favor de las grandes superficies comerciales que avanzan como una lava incandescente, los pequeños negocios que tanta solera daban a nuestras calles, irán echando el cierre dejando paso a “otro chino” o a un ”se vende”, porque para acudir a comprar a la camisería de toda la vida, habrá que tener tantos permisos y tanta paciencia que terminaremos por  acudir a  Internet o a uno de esos monstruos comerciales de la periferia, de no ser que con suerte puedas  dejar tu coche en un parking con plaza reservada.


Los que estamos fuera de Madrid Central, hemos perdido el  Museo Romántico,  el callejón de San Ginés, el barrio de los Austrias y el de los Borbones, se nos ha usurpado el derecho a llenar nuestra ciudad, de vivirla; dicen que a cambio respiraremos mejor, ¿Alguien ha puesto cota a las corrientes de aire? ¿El viento delimitará la zona centro dejando fuera de ella la polución?


Y de todo lo que este fin de semana nos prepara,  este sentimiento de abandono como soñador de tiempos  mejores  que nunca llegan, este repiqueteo de ¡¡¡Prohibido!!!  que cada vez suena más fuerte. Se prohíbe mucho y cada día más. Las puertas que  una generación abrimos  a la libertad están entornándose de manera lenta pero segura y no hay nadie que ponga el pie.