Siempre Albión
Imaginemos que la
británica isla de Jersey en el Canal de la Mancha tras ser ocupada
por los alemanes en la II Guerra Mundial, y pese a haber sido
estos vencidos en 1945 permaneciera hoy bajo el dominio de Berlín
que la habría repoblado con alemanes, ¿sería respetado tal status
por la Gran Bretaña y, en consecuencia, por la UE?.
¿Cuáles son las
diferencias de tal imaginada situación con la actual de Gibraltar?,
un territorio, éste, invadido por Gran Bretaña en la guerra de
Sucesión a la corona española en el siglo XVIII y anexionado desde
entonces por Londres a su imperio con importada población británica
tras la marcha de sus habitantes autóctonos a lo que se denominaría
“Campo de Gibraltar”, y ello pese a haber estado en aquella
ocasión el Reino de la Gran Bretaña entre las potencias perdedoras
de la guerra. Una trayectoria histórica similar esta a la descrita
respecto a la mencionada de Jersey, pero con la sustancial diferencia
de que la gestión del problema por la parte española ha constituido
un permanente desastre.
La reivindicación
aunque mantenida no ha sido ni tan siquiera coherente. Tras el
disparate de la marcha de sus habitantes huyendo de los ocupantes
ingleses, y los varios fracasados intentos armados de recuperación
(hasta el general Gómez en su Expedición durante la 1ª Guerra
Carlista pondría sitio y bombardearía la colonia) la reclamación
ha sido errática.
En 1969 el régimen
franquista optó por la ruptura y así cerraría la verja de acceso a
la colonia como parte de un plan de potenciación industrial de la
zona que hiciera innecesario a los habitantes de la comarca ir a
trabajar al Peñón para simplemente subsistir. Naturalmente el plan
(incluso se emitió un sello postal para “ayudar” a tal
resurgimiento económico) fue otro fracaso porque no se hizo nada de
lo ideado.
Como
permanente bandera patriótica todos los titulares de Asuntos
Exteriores la volverían a airear, y siempre con similar suerte.
Moratinos, el ministro socialista de Zapatero, incluso visitó la
colonia y accedió a un menage a trois
dando categoría de “igual” al gobierno gibraltareño y aceptando
la gestión compartida del aeropuerto –en territorio español
ocupado de facto y sin derecho alguno al estar fuera de los términos
del Tratado de Utrech por los británicos-, pero ni tan siquiera tal
humillación se puso en práctica y España seguiría al margen
(curiosamente Sánchez antes de su reciente triste show
reivindicativo
ha renunciado a igual gestión del aeropuerto, dato que puede
resultar de importante significación).
Otro ministro,
García Margallo, del PP, se enfrentaría al problema con nuevos
ardores y, pensando que la mejor vía era el acoso inmisericorde,
adoptó medidas para hacer difícil y molesto el acceso diario a la
Roca, algo que solo perjudicó a los miles de trabajadores que
diariamente han de desplazarse a la colonia para ganar un sustento
del que carecen en las poblaciones del Campo. Las presiones
internacionales y, especialmente, las continuadas protestas de
quienes se veían diariamente perjudicados (9.000 españoles)
obligaron a Rajoy a suavizar y en definitiva a desmontar el plan de
su ministro, quien antes de dejar de serlo anunció que “en cuatro
años la bandera española ondeará en Gibraltar”, aunque no
explicó la forma de conseguirlo. Una nueva e impresentable bravata.
Hoy,
ahora mismo, vivimos otro capítulo de esta bochornosa historia.
Bochornosa no ya por el hecho en sí de que el estado español sea el
único de Europa con un territorio de su espacio geográfico (¿nos
olvidamos de Portugal y su irredenta Olivenza?) ocupado por una
potencia extranjera, sino por el trato humillantemente despreciativo
dispensado por esa misma potencia hacia un país en teoría digno de
igual respeto que cualquiera otro del club económico europeo.
Porque –y nos gustaría equivocarnos- Sánchez no ha conseguido
absolutamente nada, y lo que dice haber obtenido son simples promesas
en el aire, un circunstancial “tapabocas” sin efecto alguno. Al
tiempo.
Solución,
y lo decimos sin excesiva entusiasmo, podría ser la efectiva
potenciación económica del Campo de Gibraltar y que sus habitantes
para subsistir no dependieran económicamente de la Colonia, a partir
de lo cual el endurecimiento de las relaciones con su “gobierno de
ocupación” fueran mucho más efectivas haciéndoles incomodo el
mantenimiento de la actual situación. ¿Pero estamos seguros que
para tal población –nos referimos a la de los españoles- esa
alternativa sería de su agrado?, los habitantes de la zona prefieren
el libérrimo mercadeo –de todo tipo de ”productos”- y el pago
a la prestación de servicios en libras antes que en euros. Si
realmente se desarrollara industrial y comercialmente la zona es de
temer, además, que en el mejor de los casos si abandonasen sus
puestos de trabajo gibraltareños de inmediato serian ocupados por la
inmigración, y la situación sería la misma ¿acaso se les iba a
prohibir vivir en la Línea de la Concepción?.
¿Hay solución?.
Esa es una pregunta que deberíamos hacernos también respecto a las
Bases americanas que ya desde hace decenios se encuentran instaladas
en zonas vecinas y en otros lugares del entero territorio del estado.
Nos invade el pesimismo cuando abordamos el tema, y ello pese a los
mantenidos alardes folklóricos de banderas y pasodobles patrióticos.