SALVESE QUIEN PUEDA


 


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Respecto a la autodenominada “Casa Real” se podría hacer toda una antología de dichos populares: “de raza le viene al galgo”, “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, “a buenas horas mangas verdes”…, y todos darían en la diana. Pero quizás la más ajustada sea el de “sálvese quien pueda” que puede unirse al más deseable de “liquidación por derribo”.

Solo en este país podría concebirse que perteneciendo al ámbito del mundo democrático europeo se hubiese mantenido hasta 1975 una dictadura ridículamente fascista y que a la misma le sucediera un sistema impuesto por esa misma dictadura, un sistema tan antidemocrático como es el de la imposición no de una persona sino de una familia con renovación biológica garantizada al margen o sin contar con la expresa voluntad del pueblo.

Naturalmente ello ha provocado asimismo una sacralidad laica expresada en la impunidad absoluta de quien ostenta  la magistratura de tal aberración, aberración no ya política sino estrictamente moral que siempre ha estado vinculada a la misma naturaleza de esa institución.

Hoy, en nuestros días -¡maldita libertad democrática! dirán los devotos de la institución- nos hemos enterado de algo que sabíamos, que el denominado “emérito”, fiel a una muy afianzada  tradición familiar, se ha saltado cualquier normativa  no ya fiscal sino estrictamente ética y hasta posiblemente penal, acumulando en el exterior un enorme capital para el propio beneficio de sus caprichos y aficiones biológicas a espaldas tanto en perjuicio del pueblo como de los derechos y  necesidades de este, manteniendo con ello la multisecular tradición institucional y  familiar de burlarse del pueblo mediante su explotación y simultaneo inmoral beneficio propio.

Evidentemente la formula (el dictador lo dejó todo atado y bien atado contra un pueblo sometido y acobardado y, también, proclive en su clase política a la corrupción), una de sus fórmulas para preservar la perpetuidad de su sucesor como cabeza del régimen impuesto fue la inimputabilidad de quien lo encarnase. Pero con lo que no contó fue con la incompatibilidad de tal sistema con las fisuras informativas que todo estado con práctica democrática comportan, y así se ha producido el escandalo  (uno más) de quien le sucedió. La solución debía de haber venido de la derogación de la actual constitución, la subsiguiente convocatoria de una consulta plebiscitaria respecto al sistema político institucional y, en el peor de los casos de mantener la monarquía, la eliminación completa de la excepcionalidad penal del jefe del estado.

Una vez más (¿será el inicio de un final?) en la cadena de fraudes democráticos que desde 1975 padecemos se encuentra el eslabón del mantenimiento de una institución caduca y antidemocrática que se simultánea con la corrupción apuntada. Ante ello, ante el último escándalo conocido del sucesor del dictador, la solución -la gatera de escape-  encontrada por su sucesor –el “sálvese quien pueda” apuntado- ha sido la de eliminar costes de mantenimiento a cargo de las obligatorias contribuciones de todos los ciudadanos y renunciar a una supuesta herencia (¿alguien conoce otras posibles artimañas en hoy ignoradas participaciones mediante la tradicional figura del “testaferro”?), y ello, tal declaración oficial, oficializada en plena crisis del “coronavirus” con la ciudadanía con otras vitales preocupaciones de mera supervivencia. No es la solución esa renuncia  a una herencia de cuantía ignorada y en buena parte proveniente de una manifiesta irregularidad cuyo origen conocía el actual ocupante de Zarzuela –según propia confesión- al menos desde 2019. La única, y que inexorablemente ha de llegar, es la eliminación definitiva de la institución monárquica, algo que en el Partido Carlista se ha propuesto, y se propone no ya por propio impulso democrático de su militancia sino incluso con la simbólica reflexión de Carlos Hugo que ya en 1976 decía “La monarquía en sí, ha sido hasta ahora un monopolio de la clase dominante. Ha sido un instrumento válido y óptimo para sus intereses políticos y económicos.”

No, a Felipe Borbón lo exigible ha de ser la adopción de varias acciones, y todas de carácter constitucional. La primera, no ya y  tan solo renunciar a una herencia -¿cuál es su verdadera cuantía?- de dudoso origen, sino principal y fundamentalmente hacerlo ya, sin dilación alguna, respecto a la impunidad, y los diversos privilegios, actualmente reconocidos a favor de cualquier miembro de su familia, lo que comportaría una ineludible reforma constitucional, dando paso con ello a otra más profunda y necesaria consistente en la celebración de un referéndum para una nueva constitución con especial atención  respecto a la continuidad o derogación de la institución impuesta por la dictadura.