La Europa del Covid-19
Cuando los sanitarios comenzaron a denunciar hace años
la política sanitaria en la Comunidad de Madrid, no eran más que una
manifestación más de las muchas que permanentemente recorrían las calles. No
consiguieron la empatía que otros lograban porque, en definitiva, todo
funcionaba. El consultorio de barrio y el médico amigo seguían ahí.
Los que tuvimos que pasar por el escalón superior de
la sanidad, pudimos ver y sufrir otra realidad en los grandes hospitales. Alas
enteras cerradas, personal angustiado por no poder atender a los ingresados con
la calma que quisieran, falta de pijamas, batas, toallas… y un personal muy
profesional y muy humano supliendo todo tipo de carencias. Era la época en la
que el siempre «suertudo» Fabra, fue trasplantado en Madrid, sin lista de
espera, pero con un yerno Consejero de Sanidad que de inmediato pidió el cese y
se fue a EE.UU. durante el tiempo necesario para que nos olvidáramos del tema.
Años de ignorar, de privatizar, de despidos, de falta
de previsión, de recortes. Y llegó el Covid-19 y las primeras alarmas surgieron
en los hospitales en su día inaugurados a bombo y platillo por la señora
Aguirre. El cinturón rojo de Madrid hervía de fiebre. Leganés, Alcorcón,
Alcalá, Torrejón fueron los primeros centros desbordados; sin material, sin
camas y con pabellones inutilizados.
Pero no culpemos solo a los principales actores del
drama, los actores secundarios, los gobiernos posteriores tampoco han estado a
la altura y hoy por hoy solo el deseo de superación, de colaboración y de
sacrificio ciudadano está siendo capaz de resistir el envite de la muerte.
Madrid resiste, sus ancianos no, porque vivíamos en
una sociedad en la que ya no servían. Los «archivamos». La excusa, el tiempo
disponible, la vivienda imposible y tantas otras. Hoy se nos mueren solos, o
como mucho con una mano sacrificada y amable azul de goma si hay suerte, que
sujeta el último aliento.
Y ahí estamos, buscando nuestras culpas por lo que no
hicimos, angustiándonos por si el suministro se acaba, repasando lo que aún nos
queda por hacer.
Algo bueno ha traído el dichoso Covid-19, nos ha
humanizado. Sumisos, colaboramos con lo que nos mandan y a la vez velamos por
el vecino, nos preocupa el repartidor, llamamos a los olvidados, juntamos fuerzas
en lo que podemos, siguiendo el ejemplo de los que nos están dando todo.
Y aquí, en la maravillosa Europa del azul estrellado,
el gigante de barro pierde su grandeza y da su verdadera realidad. Esta Europa
de los políticos nunca fue justa y solidaria, solo fue una gran empresa, una
fábrica de dinero para unos pocos. Vista la realidad, ahora habrá que
preguntarse ¿Después de todo esto qué?
¿Pasará esta etapa a la historia en los libros de
texto como «el fin de Europa Covid-19»?.