¡ Salvad al Borbón !

En la Historia de este país llamado España se mantiene tozudamente la reiteración tanto de lo vergonzoso como de lo nefasto, y hoy -ahora- nos encontramos en un nuevo capítulo de tan negro sino tantas veces protagonizado por una estirpe que desde el siglo XVIII mantiene un negativo saldo en contra de los intereses nacionales, políticos, convivenciales y hasta económicos del pueblo  al que dicen servir.

 

Últimamente se ha visto actualizada tal constante borbónica con oscuras operaciones financieras, como siempre adobadas con debilidades de dormitorio en inagotable fuente, dicha coyunda temática,  para escritores de todo tiempo pero especialmente del 98.  Así, ahora se recuerda la  esclarecedora concreción atribuida a Valle Inclán respecto a quien en 1931 marchó por Cartagena: “Los españoles han echado al último Borbón no por Rey, sino por ladrón”.

 

Y todo, para padecimiento de la ciudadanía, con reiteración de tema y actores. Hoy lo estamos viviendo con igual reparto de protagonismos que, si no fuera tan desesperante –mas aún en la actual situación de peste bíblica que nos golpea-, deberíamos calificarla de bufa.

 

 Mismos actores, mismas motivaciones e idénticos resultados con huida y cómplice escarnio a cargo de los poderes políticos (no importa el color) que sucesivamente padecemos. Sería inútil, por reiterativo, detenernos  en su enumeración y análisis, porque otros muchos lo están haciendo, por lo que hemos elegido exponer los merecimientos que se proponen para intentar justificar la  exaltación monárquica, siempre desde la derecha militante y, también, por la supuesta izquierda ambas movidas con intención encubridora alegando  merecimientos exculpatorios para el protagonista de esta vergonzosa situación. 

La historia pública de nuestro personaje se inicia en 1948 cuando la entrevista de su padre con Franco en el yate de este y en la que se acordó, como moneda de cambio, su traslado a España y educación por el dictador. Después vendrían las rituales pamemas de su fallida  (gracias a los estudiantes carlistas) asistencia a la facultad de Derecho de Madrid y el paso por las academias militares. 

 

Todo estaba decidido, “el Generalísimo” era fiel a su viejo monarquismo y obró en consecuencia designándolo su sucesor “a título de rey”, jurando su aceptación –sí, jurando, dato importante- y la de los principios del Movimiento Nacional en sesión solemne de las Cortes franquistas. Un juramento que ratificó en 1975 en acto similar (Evangelios incluidos) tras la muerte de su padrino político, pero que no le impediría repetirlo -en pura contradicción ideológica- con la Constitución en 1978, una Carta Magna que dinamitaba y era totalmente contraria, al menos en intenciones, a los textos anteriores. Desde una interpretación estricta se había producido perjurio. 

 

La sociedad, el pueblo, los partidos hasta entonces clandestinos apoyarían el cambio aunque este fuera corto y obligado por el  ruido de sables, y el nuevo Jefe de Estado lo asumió, sin convencimiento alguno y tutelado por un inteligente Fernández Miranda que armó el muñeco del cambio a la democracia. 

 

Pero las inercias son difíciles de eliminar y aún  habría otro episodio definitivo que marcaría el punto culminante de la biografía política de Juan Carlos. El franquismo, más sociológico que político, sobrevivía y no solo en la oligarquía económica y social, también en el Ejército cuyo generalato en parte importante seguía copado por la tradición monárquica. Y esa fue la élite que preparó el golpe de estado que pensaba “poner todo en su sitio”. Armada, Milans del Bosch… serian los principales protagonistas y responsables efectivos del 23 F, ambos ardientes y lealísimos monárquicos y especialmente el primero –del que se pensaba fuera el nuevo Presidente del Gobierno-, antiguo profesor y sombra permanente de Juan Carlos y hasta “Secretario General de la Casa del Rey”. En el  proceso, y pese al monarquismo de ambos generales, mientras que a Milans le impusieron 30 años a Armada solo 6 y ello pese a que este fuera casi con toda certeza “el elefante blanco” para hacerse cargo del régimen que se quería restaurar, aunque los dos tras una cómoda y laxa prisión quedarían pronto libres. Juan Carlos, por su parte, solo aparecería la noche del 23 F cuando ya estaba todo perdido, pero paradójicamente es el gran gesto que por la derecha y por los socialistas, hoy en el poder, intentan presentar para blanquear un entero reinado. 

 

Con tan burda artimaña pretenden justificar una injustificable -ni por origen ni por ejercicio- alta magistratura, y es por ello por lo que en ese extenso capítulo de la vida del Borbón se ha centrado este comentario. En la única forzada y falsa justificación que de un “reinado” se nos intenta presentar mediante un absoluto desprecio a la verdad y el implícito insulto a nuestra inteligencia en un inútil intento de salvar al Borbón impuesto desde la Dictadura.

 

Fernando VII fue un precedente que explica la situación actual y la  perdurabilidad del borboneo en sus descendientes. Todo falso, impuesto y adobado mediante una inadmisible  situación privilegiada y abusiva tanto por la propia institución que dicen representar como en el ejercicio del poder desde la misma.

 

 Solo un democrático cambio de Régimen nos hará salir de las últimas secuelas de la dictadura franquista y de la vergüenza que estamos viviendo.  E.